sábado, 1 de diciembre de 2012

Lorena Valdivia y Jason Nanka, los chefs enamorados de la gastronomía y el Perú


Lorena Valdivia y Jason Nanka, los chefs enamorados de la gastronomía y el Perú

Jóvenes fallecieron ayer en Ayacucho junto a otros dos cocineros. A su corta edad, eran dueños de un restaurante con proyección
elcomercio.pe, 1 de Diciembre del 2012
Jason Nanka y Lorena Valdivia (Archivo de El Comercio)

ALFREDO ESPINOZA
Redacción Online

Gastón Acurio los definió como “héroes”, y no se equivocó. Lo eran para sus familiares orgullosos de verlos crecer tan rápido profesionalmente. Y lo eran también para sus amigos cercanos que los admiraban por su determinación y apasionamiento por lo que hacían.
Lorena Valdivia y Jason Nanka perdieron la vida ayer en un accidente de carretera en Ayacucho. Estaban acompañados por el embajador de la Marca Perú Iván Kisic y la cocinera local María Huamán. Pero la historia de los dos primeros estaba marcada más allá de la gastronomía, aunque esta haya sido la llave de su unión y el camino que guiaba sus vidas.
Australia, 2006. “Lorena era una excelente estudiante, muy centrada”, recuerda Diego Montoya, amigo de la joven chef desde su quinceañero, luego en la Universidad de Lima, donde ella estudió Comunicaciones, y sobre todo después de la época universitaria. Mientras todos pensaban en el próximo tono, ella, de apenas 18 años, repetía el camino que iba a seguir su vida profesional: terminar la carrera, viajar a Australia, volver al Perú, seguir una maestría en Europa…
Fue allá, en la playa australiana Surfer Paradise, donde conoció a Jason. Había conseguido una beca para estudiar administración de restaurantes y hoteles y empezó a trabajar en el Gold Coast. Nanka laboraba allí como sub chef. Se enamoraron y, en menos de un año, ya convivían. El chico “sano, (que) no tomaba mucho, buen amigo y servicial hasta más no poder” decidió entonces visitar Lima, la tierra de su amada.
Perú, 2007. Aún no tenían planes a futuro decididos, venían para que él conozca a la familia. Pero algo pasó. Nuestra gente, nuestra comida… algo hizo que él considerara establecerse en la capital más adelante.
Pero el joven enamoradizo de 22 años en ese entonces primero tuvo que sortear algunos inconvenientes. La idea de vivir lejos, desconocer el idioma, estar separado de su familia, acomodarse en un hotel, solo, porque el padre de Lorena no lo dejaba convivir aquí con ella. Nada que no se pudiese superar. “A él le había encantado el Perú, quería visitar otros lugares”, rememora Montoya. Pero era más que eso.
EL SUEÑO DEL RESTAURANTE PROPIO
Perú, 2009. La segunda visita de Lorena y Jason a nuestro país venía con un compromiso personal de por medio y un plan profesional bajo el brazo: él le pidió la mano, ella aceptó, y su primer ‘hijo’ tenía un lugar definido: La Molina. Así nació el restaurante Nanka, aunque nuevamente debieron esperar. Los alrededores del C.C. Molina Plaza ya se consolidaban como una zona comercial y próspera. Allí debían estar. Y para ello esperaron casi un año a que los 8 hermanos dueños del terreno aceptaran su propuesta de alquiler. La inversión parecía ser otro obstáculo, pero lograron el financiamiento con un convincente plan de negocios para devolver el dinero y empezar a tener ingresos. Él, en un increíble esfuerzo, pasó de no hablar nada de español a conversar sin mayores problemas en solo un año.

A fines de 2011 abrieron el restaurante. No era cualquier local. ¿Cuántas veces uno es saludado por los dueños, por el chef, y puede conversar, debatir, reírse con ellos? Así era Lorena. La única vez que estuve en su restaurante ella contaba con entusiasmo que no tenía meseros, sino chefs. Le costó convencer a estudiantes de institutos gastronómicos que no solo se trataba de servir platos, sino de que los clientes tengan una experiencia distinta con personas que sabían a fondo sobre la comida que allí se preparaba.
“*Experiencia*”. Palabra clave que sumaba a la “cocina joven y desenfadada que promueve sostenibilidad”, como describía en la página web del restaurante. Una carta francamente exquisita y “variada que cambia con la temporada y resalta insumos peruanos de productores ecológicos”. De allí que viajara constantemente por distintas zonas del país para apoyar y promover insumos nacionales.
Así era la vida de estos dos jóvenes chefs que, a su corta edad, perseguían y alcanzaban sueños con una determinación ejemplar. La familia de Nanka ya había llegado al Perú y no podía estar más orgullosa de ver a su hijo triunfar en un país lejano.
Nuevamente Gastón tenía razón: hoy se fueron “nuestra joven futura lideresa y el que vino a amar al (y él) Perú”. Una unión que deja huella en la gastronomía peruana.

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